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viernes, 26 de agosto de 2011

ESTUDIO DE LA PALABRA

Estudiar las palabras del Español exige de un buen nivel de conocimiento. Nuestra acentuación, en los casos regulares, es bastante simple; no obstante, al considerar los casos especiales de acentuación, se vuelve más complicado este tema. De allí, que propongo comenzar por lo sencillo, esto es, con las nociones que nos proporciona el programa de Educación Primaria. Igual sucede con los demás temas referidos a la ortografía general. Para este estudio, propongo un listado de diferentes páginas, ajustadas a los temas planteados, las cuales abordan de modo sencillo y eficiente cada contenido. Las sugerencias electrónicas son las siguientes:
1. Acentuación: http://www.profesorenlinea.cl/tercycuart/lenguajeycomunicacion/paraescribiryleerbien/reglasdeacentuacion.html
2. Diptongos e Hiatos: http://www.profesorenlinea.cl/castellano/diptongotriptongo.htm
3. Diacríticos: http://liceu.uab.es/~mestre/A1/acento-diacritico.pdf
4. Sufijos y Prefijos: http://reglasdeortografia.com/prefijosufijo.html
5. La Oración: http://roble.pntic.mec.es/msanto1/lengua/1oracion.htm
6. Uso de las Mayúsculas: http://roble.pntic.mec.es/msanto1/ortografia/mayus.htm
7. Uso de la Coma: http://www.uamenlinea.uam.mx/materiales/lengua/puntuacion/html/coma.htm

miércoles, 17 de agosto de 2011

CRITERIOS PARA SELECCIONAR CUENTOS PARA NIÑOS


CRITERIOS PARA SELECCIONAR CUENTOS.

Existen diferentes criterios establecidos para evaluar la pertinencia de los cuentos escogidos para los niños. No obstante, tomaremos los sugeridos en la página: http://www.revistaeducativa.es/temas/documentos/criterios-seleccionar-cuentos-359.asp, en la cual se ofrecen algunas regulaciones asociadas a la edad del niño y a su proceso evolutivo. A continuación, se cita lo dispuesto por esa fuente electrónica:

Para seleccionar cuentos en la etapa infantil debemos adaptarnos a las características que presentan los niños/as. Estas características se refieren principalmente a su desarrollo psicológico y a sus intereses.

En general, cada momento exige unos temas distintos, un tratamiento específico y un vocabulario diferente.
De 0 a 2 años:
* Predominio de a palabra y el movimiento.
* Las imágenes no tendrán textos. Una sola imagen en cada página.
* Al niño le gusta oír y repetir pequeños estribillos.
* Deben ser breves, repitiendo trozos y estribillos acompañados de gestos y movimientos.
* Las repeticiones y acciones que realiza el narrador le permiten al niño rebajar la concentración, una mejor memorización, así como seguir el hilo del relato.
* Es interesante que aparezcan elementos de su vida diaria.
* Que no produzcan miedo o terror.

De 2 a 4-5 años:
* En esta edad, el niño/a dota de vida a todo, le gusta la fabulación, la fantasía y lo mágico.
* Pueden hacer sus propios relatos: al principio pobres en ideas, repetitivos y sin seguir una secuencia temporal.
* Los libros pueden ser de ilustraciones sin texto o con un pequeño pie de página.
* Los dibujos deben ser familiares.
* Los libros deben tener abundantes imágenes, a través de las que el niño/a pueda desarrollar su capacidad creativa y su fantasía. Las ilustraciones serán a todo color, aunque no tienen que ser únicamente fotografías o imágenes realistas, pero los personajes u objetos tienen que ser reconocibles y familiares al niño/a. Huiremos de los dibujos caricaturescos y estereotipados.
* Han de facilitar la expresión oral. En contacto con el libro con las imágenes, debe brotar en el niño/a la necesidad de comunicarse. El adulto jamás le impondrá un texto, simplemente le facilitará su descubrimiento.
* El cuento tiene una función recreativa que no puede posponerse a la didáctica. La literatura infantil responde a unas necesidades afectivas de ensoñación y entretenimiento, que no tiene por qué ceder el paso a la mera información. El valor didáctico puede estar al ponerse en contacto con la realidad, con un mundo de valores y experiencias vividas por el niño/a, pero no es necesariamente obligatorio.
* Le divierte los cuentos con voces onomatopéyicas y también aquellos en los que puede poner su actividad en movimiento y convertirse él en un personaje.

De 5 a 6 años:
* En esta etapa, el niño/a se pone en contacto con la lectoescritura y los libros han de ser muy atractivos para facilitarle el camino en los nuevos aprendizajes. La tipografía debe ser grande, y mucho mejor si los tipos son de letra cursiva. Como en la etapa anterior la portada será sugestiva; la encuadernación flexible y lavable, de ser posible, para facilitar una utilización higiénica.
* Es una etapa idónea para conocer los cuentos populares.
* El predominio de la imagen sobre el texto seguirá existiendo y enriqueciendo el contenido del libro, para abrir fuentes de comunicación.
* Los textos estarán muy bien elegidos. Serán cuentos sencillos, reducidos, para que el niño/a pueda asimilarlos y contarlos con facilidad sin olvidar la característica, ya apuntada, de que la literatura será eminentemente recreativa, con predominio de la fantasía.
* El enriquecimiento del vocabulario constituirá otra nota característica. Se utilizarán pocas palabras, pertenecientes al vocabulario infantil, usadas con frecuencia, de manera reiterativa, para ayudar al niño/a en la comprensión y retención del texto. No se usarán diminutivos y sí, en cambio, se cuidará de que la relación tenga un cierto estilo literario.
* La estructura interna debe ser coherente, para que el niño/a vaya aprendiendo a razonar. El texto debe facilitar su comprensión y ayudarle a ordenar su pensamiento.
* El cuento debe enriquecer al niño/a y abrirle al mundo. Debe estar, por tanto, un poco por encima de su desarrollo, iniciándole en niveles superiores al que se encuentra.
* Predomina lo maravilloso. Cuentos de hada, brujas y duendes, con formas mágicas y sorprendentes. Igualmente al niño/a le gustan las historias de animales o de algún hecho natural.

DECÁLOGO DEL PERFECTO CUENTISTA


Decálogo del perfecto cuentista

Horacio Quiroga

I

Cree en un maestro —Poe, Maupassant, Kipling, Chejov— como en Dios mismo.

II

Cree que tu arte es una cima inaccesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.

III

Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia.

IV

Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.

V

No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.

VI

Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: "Desde el río soplaba el viento frío", no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes.

VII

No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.

VIII

Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.

IX

No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino.

X

No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento.

PINOCHO, EL ASTUTO


Pinocho el astuto

Había una vez Pinocho. Pero no el del libro de Pinocho, otro. También era de madera, pero no era lo mismo. No le había hecho Gepeto, se hizo él solo.

También él decía mentiras, como el famoso muñeco, y cada vez que las decía se le alargaba la nariz a ojos vista, pero era otro Pinocho: tanto es así que cuando la nariz le crecía, en vez de asustarse, llorar, pedir ayuda al Hada, etcétera, cogía un cuchillo, o sierra, y se cortaba un buen trozo de nariz. Era de madera ¿no? así que no podía sentir dolor.

Y como decía muchas mentiras y aún más, en poco tiempo se encontró con la casa llena de pedazos de madera.

—Qué bien —dijo—, con toda esta madera vieja me hago muebles, me los hago y ahorro el gasto del carpintero.

Hábil desde luego lo era. Trabajando se hizo la cama, la mesa, el armario, las sillas, los estantes para los libros, un banco. Cuando estaba haciendo un soporte para colocar encima la televisión se quedó sin madera.

—Ya sé —dijo—, tengo que decir una mentira.

Corrió afuera y buscó a su hombre, venía trotando por la acera, un hombrecillo del campo, de esos que siempre llegan con retraso a coger el tren.

—Buenos días. ¿Sabe que tiene usted mucha suerte?

—¿Yo? ¿Por qué?

¡¿Todavía no se ha enterado?! Ha ganado, cien millones a la lotería, lo ha dicho la radio hace cinco minutos.

—¡No es posible!

—¡Cómo que no es posible...! Perdone ¿usted cómo se llama?

—Roberto Bislunghi.

—¿Lo ve? La radio ha dado su nombre, Roberto Bislunghi. ¿Y en qué trabaja?

—Vendo embutidos, cuadernos y bombillas en San Giorgio de Arriba.

—Entonces no cabe duda: es usted el ganador. Cien millones. Le felicito efusivamente...

—Gracias, gracias...

El señor Bislunghi no sabía si creérselo o no creérselo, pero estaba emocionadísimo y tuvo que entrar a un bar a beber un vaso de agua. Sólo después de haber bebido se acordó de que nunca había comprado billetes de lotería, así que tenía que tratarse de una equivocación. Pero ya Pinocho había vuelto a casa contento. La mentira le había alargado la nariz en la medida justa para hacer la última pata del soporte. Serró, clavó, cepilló ¡y terminado! Un soporte así, de comprarlo y pagarlo, habría costado sus buenas veinte mil liras. Un buen ahorro.

Cuando terminó de arreglar la casa, decidió dedicarse al comercio.

—Venderé madera y me haré rico.

Y, en efecto, era tan rápido para decir mentiras que en poco tiempo era dueño de un gran almacén con cien obreros trabajando y doce contables haciendo las cuentas. Se compró cuatro automóviles y dos autovías. Los autovías no le servían para ir de paseo sino para transportar la madera. La enviaba incluso al extranjero, a Francia y a Burlandia.

Y mentira va y mentira viene, la nariz no se cansaba de crecer. Pinocho, cada vez se hacía más rico. En su almacén ya trabajaban tres mil quinientos obreros y cuatrocientos veinte contables haciendo las cuentas.

Pero a fuerza de decir mentiras se le agotaba la fantasía, Para encontrar una nueva tenía que irse por ahí a escuchar las mentiras de los demás y copiarlas: las de los grandes y las de los chicos. Pero eran mentiras de poca monta y sólo hacían crecer la nariz unos cuantos centímetros de cada vez.

Entonces Pinocho se decidió a contratar a un «sugeridor» por un tanto al mes. El «sugeridor» pasaba ocho horas al día en su oficina pensando mentiras y escribiéndolas en hojas que luego entregaba al jefe:

—Diga que usted ha construido la cúpula de San Pedro.

—Diga que la ciudad de Forlimpopoli tiene ruedas y puede pasearse por el campo.

—Diga que ha ido al Polo Norte, ha hecho un agujero y ha salido en el Polo Sur.

El «sugeridor» ganaba bastante dinero, pero por la noche, a fuerza de inventar mentiras, le daba dolor de cabeza.

—Diga que el Monte Blanco es su tío.

—Que los elefantes no duermen ni tumbados ni de pie, sino apoyados sobre la trompa.

—Que el río Po está cansado de lanzarse al Adriático y quiere arrojarse al Océano Indico.

Pinocho, ahora que era rico y súper rico, ya no se serraba solo la nariz: se lo hacían dos obreros especializados, con guantes blancos y con una sierra de oro. El patrón pagaba dos veces a estos obreros: una por el trabajo que hacían y otra para que no dijeran nada. De vez en cuando, cuando la jornada había sido especialmente fructífera, también les invitaba a un vaso de agua mineral.

Primer final

Pinocho cada día enriquecía más. Pero no creáis que era avaro. Por ejemplo, al «sugeridor» le hacía algunos regalitos: una pastilla de menta, una barrita de regaliz, un sello del Senegal...

En el pueblo se sentían muy orgullosos de él. Querían hacerle alcalde a toda costa, pero Pinocho no aceptó porque no le apetecía asumir una responsabilidad tan grande.

—Pero puede usted hacer mucho por el pueblo —le decían.

—Lo haré, lo haré lo mismo. Regalaré un hospicio a condición de que lleve mi nombre. Regalaré un banquito para los jardines públicos, para que puedan sentarse los trabajadores viejos cuando están cansados.

—¡Viva Pinocho! ¡Viva Pinocho!

Estaban tan contentos que decidieron hacerle un monumento. Y se lo hicieron, de mármol, en la plaza mayor. Representaba a un Pinocho de tres metros de alto dando una moneda a un huerfanito de noventa y cinco centímetros de altura. La banda tocaba. Incluso hubo fuegos artificiales. Fue una fiesta memorable.

Segundo final

Pinocho se enriquecía más cada día, y cuanto más se enriquecía más avaro se hacía. El «sugeridor», que se cansaba inventando nuevas mentiras, hacía algún tiempo que le pedía un aumento de sueldo. Pero él siempre encontraba una excusa para negárselo:

—Usted en seguida habla de aumentos, claro. Pero ayer me ha colado una mentira de tres al cuarto; la nariz sólo se me ha alargado doce milímetros. Y doce milímetros de madera no dan ni para un mondadientes.

—Tengo familia —decía el «sugeridor»—, ha subido el precio de las patatas.

—Pero ha bajado el precio de los bollos, ¿por qué no compra bollos en vez de patatas?

La cosa terminó en que el «sugeridor» empezó a odiar a su patrón. Y con el odio nació en él un deseo de venganza.

—Vas a saber quién soy —farfullaba entre dientes, mientras garabateaba de mala gana las cuartillas cotidianas.

Y así fue como, casi sin darse cuenta, escribió en una de esas hojas: «EI autor de las aventuras de Pinocho es Carlo Collodi».

La cuartilla terminó entre las de las mentiras. Pinocho, que en su vida había leído un libro, pensó que era una mentira más y la registró en la cabeza para soltársela al primero que llegara.

Así fue como por primera vez en su vida, y por pura ignorancia, dijo la verdad. Y nada más decirla, toda la leña producida por sus mentiras se convirtió en polvo y serrín y todas sus riquezas se volatizaron como si se las hubiera llevado el viento, y Pinocho se encontró pobre, en su vieja casa sin muebles, sin ni siquiera un pañuelo para enjugarse las lágrimas.

Tercer final

Pinocho se enriquecía más cada día y sin duda se habría convertido en el hombre más rico del mundo si no hubiera sido porque cayó por allí un hombrecillo que se las sabía todas; no sólo eso, se las sabía todas y sabía que todas las riquezas de Pinocho se habrían desvanecido como el humo el día en que se viera obligado a decir la verdad.

—Señor Pinocho, esto y lo otro: ponga cuidado en no decir nunca la más mínima verdad, ni por equivocación, si no se acabó lo que se daba. ¿Comprendido? Bien, bien. A propósito, ¿es suyo aquel chalet?

—No —dijo Pinocho de mala gana para evitar decir la verdad.

—Estupendo, entonces me lo quedo yo.

Con ese sistema el hombrecillo se quedó los automóviles, los autovías, el televisor, la sierra de oro. Pinocho estaba cada vez más rabioso pero antes se habría dejado cortar la lengua que decir la verdad.

—A propósito —dijo por último el hombrecillo— ¿es suya la nariz?

Pinocho estalló:

—¡Claro que es mía! ¡Y usted no podrá quitármela! ¡La nariz es mía y ay del que la toque!

—Eso es verdad —sonrió el hombrecito.

Y en ese momento toda la madera de Pinocho se convirtió en serrín, sus riquezas se transformaron en polvo, llegó un vendaval que se llevó todo, incluso al hombrecillo misterioso, y Pinocho se quedó solo y pobre, sin ni siquiera un caramelo para la tos que llevarse a la boca.


El final del autor

El primer final está equivocado porque no es justo que Pinocho el astuto, después de todos esos embustes, sea festejado como un benefactor. Dudo entre el segundo y el tercero. El segundo es más gracioso, el tercero más mal intencionado.